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miércoles, 21 de noviembre de 2012

¡¡¡Parto a domicilio!!!

Anécdota cedida por S.L.L. enfermero, compañero y amigo.

         Llevábamos ya una tarde movidita de avisos. Estaba siendo una guardia entretenida en el Centro de Salud. Eran casi las diez de la noche, así que decidí cenar algo. Por lo que pudiera pasar…

   .- ¡No empieces! ¡Déjalo para luego!.- me advierte mi compañero.- ¡Hay un nuevo aviso y es urgente!! Tenemos que atender un parto en el edificio de al lado. Es un aviso del 112. Ellos tardarán un poco. A nosotros nos pilla cerca y nos piden que acudamos hasta que lleguen.

                  .- ¡Es coña! ¿Estás de broma?


     .- No, no!, no es broma. Agarra los maletines que ya es tarde.

         Dejé todo. Cogí el material y salimos pitando. No tardamos nada. El domicilio estaba justo al lado. La familia nos recibe ansiosa. Nos abre la puerta una mujer de mediana edad. Nerviosa, alterada, casi histérica.

                .- ¡Por aquí!, ¡Por aquí! ¡Que no llegan!

         Nos guía por un estrecho pasillo hasta un minúsculo baño.            Allí encontramos a una joven de unos veintitantos años sentada en el borde del inodoro. Tiene un recién nacido en brazos, envuelto en una toalla de manos. La mujer está en pleno alumbramiento, con las últimas contracciones. El cordón conectado del niño a la placenta y ésta aún dentro de la madre. Un escaso metro cuadrado entre las piernas de la joven y el pié del lavabo. Cuidado de no golpearnos la cabeza. Por supuesto, si entra uno no entra el otro y si metemos el maletín, pues no entramos ninguno de los dos.

                 .- ¡Pero chiquilla! ¿Cómo se te ha ocurrido tenerlo en el baño¿ ¿Cómo es que has tardado tanto en avisar?

      El bebé está vivo, tiene buena coloración y respira con normalidad, es fuerte y tiene un peso a término. Los ojos abiertos, reactivo. La valoración es buena. El alumbramiento sin problemas. Cortamos el cordón sin incidencias.
El 112 no tarda en llegar y aquello se convierte en el divertido episodio de la película de los hermanos Marx: “El camarote”.
      Es curioso, en todo momento la joven niega el embarazo. Afirma con vehemencia que no estaba embarazada. Que no sabe cómo ha ocurrido todo. Que ha tenido la regla todos los meses con normalidad. Que fue al baño pensando en su intestino y que cuando notó cómo salía el niño lo recogió y lo arropó con la toalla.
      Y lo mejor de todo:
Esta mujer vive con sus padres, su marido y su primer hijo. Está casada y este era su segundo embarazo.

¿Te pasó algo así alguna vez?

jueves, 26 de julio de 2012

¡PÉRDIDA DE MASA ENCEFÁLICA!


Anécdota cedida por R.P.G. Enfemera del 112.

      Soy enfermera del 112. Aquel día recibimos un aviso urgente. Nos advierten que llevemos de todo y nos preparemos para lo peor. Ha habido un accidente de tráfico. Una mujer mayor ha sido atropellada y presenta pérdida de masa encefálica.
     
       Llegamos. Efectivamente, ha habido un atropello. En medio de la calzada una mujer yace tumbada, consciente, orientada y además muy asustada. Presenta heridas sangrantes por abrasión en cara, manos y rodillas. Constantes estables, respira con normalidad. Mantiene una conversación, aunque hay que hablarle alto para que nos entienda. Se observa hipoacusia.
      Ha sido atropellada al cruzar la calle indebidamente. El conductor está presente, alarmado, solícito, insistente:
.- No la ví venir, se me echó encima, yo iba despacio, ¿está bien? ¿Puedo ayudar? ¿Se pondrá bien?
Procuramos tranquilizarle; a él y a la veintena de personas curiosas que se agolpan alrededor de la herida.
.- Por favor, ¡apártense!. ¡Déjennos actuar!.
      Aplicamos el protocolo; inmovilizamos el cuello, protegemos su columna, canalizamos vía venosa, etc.
      Comprobamos que la víctima presenta múltiples magulladuras y un golpe en el lado derecho de la cara que sangra. La sangre se extiende hasta la oreja y, efectivamente, presenta algo extraño y sanguinolento saliendo por el oído derecho.
.- ¿Es cerebro? .- pregunta curioso un transeúnte.
.- Eso es grave seguro!.- comenta otro curioso.
La mujer, tendida en el suelo, nos mira asustada, a pesar de que tratamos de tranquilizarla. Y es que desde el suelo, inmovilizada, debe tener una visión de la situación bastante alarmante.
.-¿Qué me pasa? ¿Me pondré bien?
      Tras un rápido examen verificamos que, aparentemente, no tiene nada roto. Sus constantes son estables.       Con sumo cuidado la colocamos en una camilla y nos metemos en la ambulancia. Durante el traslado limpio la herida de la cara y la sangre que se extiende por su oreja. En ese momento me doy cuenta: ¡Lo que tomamos por masa encefálica no es más que… ¡el sonotone!, que asoma descolocado y sucio de tierra y sangre.
      Trasladamos a la paciente en la ambulancia al hospital más próximo. No tiene lesiones de gravedad y nada roto. Múltiples magulladuras. 

domingo, 1 de julio de 2012

EL límite de la obediencia



Hortensia es una de mis 16 pacientes esta tarde. Es una mujer vital, extrovertida, que lleva varios días ingresada en la planta de cirugía en la que trabajo.
           Esta mañana tiene la glucemia muy alta, es hipertensa y sus cifras de tensión están por encima de lo permitido. Además, presenta dificultad respiratoria y está angustiada. Su saturación está por debajo de lo normal.
Como cualquier enfermera, cuento con un título que me confiere una cualificación profesional, es decir, conocimientos. Además, cuento con unos cuantos añitos de experiencia. Sumado a esto, tengo la ventaja de que conozco a Hortensia desde su ingreso y he tenido tiempo de leer su historial clínico. Sé de la propia dueña su historia y evolución. Por tanto, no me asusta la situación que observo. Tranquilizo a la paciente y actúo en consecuencia con los recursos que cuento y dentro de mis atribuciones, aplicando las primeras medidas.
            Una vez atendida, aviso al cirujano responsable para ponerle al tanto de la situación y de las actuaciones llevadas a cabo. En ese momento está en el quirófano, se muestra conforme con las medidas tomadas y me comunica tras escucharme que, dado que va a entrar a operar, avise al internista de guardia para que se haga cargo de la situación.
            Una vez cuelgo el teléfono, compruebo de nuevo el estado de Hortensia. La paciente está mucho más tranquila, sus constantes se han normalizado y la situación está controlada, por lo que decido no avisar al internista.
            Unas horas después, la mujer sigue estable cuando el cirujano responsable acude a visitarla. Sin embargo, se muestra molesto conmigo y afirma que debía haber avisado al internista como me ordenó. En ese momento soy capaz de responderle que con mis conocimientos y preparación me considero suficientemente preparada y amparada por la ley como para decidir no avisar a ningún otro licenciado especialista y asumir la responsabilidad. Que por mi parte ya había notificado los hechos y la situación de la paciente se había resuelto.
            A mi juicio las preguntas son:
                        ¿Cómo nos ven nuestros compañeros facultativos?
                        ¿Hasta dónde consideran que podemos asumir responsabilidades?
                        ¿Hasta qué nivel nos consideran preparadas?
            Y lo que es más importante:
                        ¿Somos “enfermería” los causantes de la consideración que otros profesionales nos tienen?

martes, 22 de mayo de 2012

De fiesta sigo siendo enfermera


Esta Historia me la cedió una compañera Castellana, afincada en Asturias, a la que tengo mucho aprecio y valoro tanto personal como profesionalmente. Gracias S.B.E.

      Tres amigas enfermeras, de la misma promoción, están de vacaciones en Asturias. Acaban de cenar y buscan un bar de copas con buena música para rematar la velada. Llegan a un pub de moda en el que hay pocos clientes, quizá aún es pronto. Las tres reparan en una pareja que discute en la barra:
.-  “Problemas de amores”, seguro, la eterna pelea, comentan.
      Piden algo de beber mientras conversan al ritmo de buena música. Al cabo de una hora deciden marcharse y observan que aquella pareja sigue sin llegar a un acuerdo, pero no parece grave.

      Tras visitar un par de bares más, deciden retirarse al Hotel. Pasan por el primer garito para recoger el coche aparcado. Al acercarse observan una joven que les grita alarmada pidiendo ayuda.
.- ¡¡¡Auxilio, ayuda, necesito ayuda!!!
       Es la chica de la pareja que discutía.
      Acuden corriendo. El muchacho está sentado en el suelo, casi sin conocimiento, en medio de un charco de sangre se agarra torpemente la muñeca derecha envuelta en un pañuelo. La mujer les cuenta que en la discusión se rompió un vaso y se cortó accidentalmente. Al examinar la herida se aprecia claro por el sangrado que se ha seccionado 
una arteria. Es preciso trasladarle cuanto antes a un Hospital. 

     Ha perdido ya mucha sangre, está pálido y a duras penas mantiene la consciencia. Le hacen un torniquete improvisado con lo que tienen a mano (una goma del pelo y un palo que gira para  mantener la tensión). Entre las cuatro le meten en el coche.
      Lorena aprieta con fuerza la herida. Susana trata de mantenerle despierto haciéndole preguntas y mismo tiempo, comprueba el grado de consciencia y orientación del muchacho. Nerea conduce mientras trata de tranquilizar a la novia, a la que han sentado delante porque está demasiado nerviosa y más que ayudar, estorba.
      Deciden ir al Centro de Salud. Susana conoce la zona y sabe que es lo que hay más cerca. El tiempo corre en contra, pero llegan enseguida. No les hacen esperar, enseguida les ayudan a poner al chico en una camilla. El médico sabe qué hacer y organiza el trabajo. La enfermera del Centro es muy joven, ha terminado sus estudios hace nada y se muestra algo insegura. Susana toma el control y canaliza dos vías venosas sin casi mirar. Así deja que la titular avise a una ambulancia medicalizada para trasladar al paciente a un Hospital lo antes posible. Para Susana nada de esto es nuevo, tiene años de experiencia detrás. Aquello se convierte en un auténtico concierto de trabajo en equipo. Mientras, le toman las constantes, cambian el torniquete por un manguito de presión, comprueban el alcance de la herida, estabilizan al paciente.. Está pálido, débil, mareado, pero no pierde el conocimiento y el sangrado se mantiene controlado.

      Por fin llega la ambulancia. Se lo llevan al hospital ya estabilizado. La novia se deshace en agradecimientos. Sabe que si aquellas tres chicas no llegan a aparecer, podría haber perdido a su novio. La enfermera del Centro de Salud está contenta y también agradecida. Con el tiempo sabe que llegará a desenvolverse con soltura.
 
Las tres amigas se van al hotel, satisfechas, exhaustas, nerviosas aún, con una anécdota nueva que contar. A veces pasa, menos mal que pocas.




miércoles, 11 de abril de 2012

EL EFECTO TERAPÉUTICO DE UNOS BACHES

Era un Centro Rural. Atendíamos 5 pueblos y una aldea. Las guardias eran de 48 horas. Aquella acababa de empezar.

Llegó  a consulta un hombre mayor acompañado de una mujer aún más mayor. Era su madre y se encontraba mal. Hicimos todo lo posible más todo lo que se nos ocurrió con los recursos disponibles en el centro. No se detectó nada anormal. Aparentemente todo estaba bien. Mi compañero facultativo iba a hacer un informe y a mandar a casa a la paciente.

No sé por qué razón, pero a mí algo no me cuadraba. Quizá el tono de piel de aquella mujer, no sabría explicarlo. Pero como tenía confianza en mi compañero, le advertí:

.- Francisco, esta mujer nos da un susto. No sé, pero yo no la veo bien.

De modo que decidimos trasladarla en la ambulancia a la capital. 45 km de distancia. Una carretera plagada de curvas y baches. Avisamos al conductor asignado que llegó enseguida. Mi compañero le dio instrucciones precisas antes de salir.

.- Pase lo que pase no pares hasta llegar al hospital. Date prisa pero ten cuidado.

Así que la buena mujer tumbada y su hijo sentado a su lado, ambos perfectamente acomodados y asegurados en la parte de atrás del vehículo, partieron hacia el Hospital más próximo.

Más tarde nos contaron toda la historia entre el conductor y el médico de Urgencias del Hospital.

 Hacia la mitad del trayecto, el hombre comenzó a golpear frenéticamente el metacrilato que le separaba del conductor gritando:

.- Pare, pare, mi madre está muerta!!!! No respira!! No tiene pulso!!!

Nuestro conductor, fiel a las instrucciones recibidas, trató de tranquilizarle recordándole que enseguida llegarían al hospital, pisó pedal y no paró hasta llegar a Urgencias.

Una vez allí les estaban esperando. Nosotros ya habíamos avisado. Les atendieron muy rápido. La mujer llegó viva. Su hijo no podía creerlo y ante su insistencia indagaron sobre la historia. La conclusión fue que la pobre mujer pudo tener una parada cardíaca a mitad del traslado. Los baches y las curvas del camino provocaron tal traqueteo que pudo servir de masaje cardíaco. Una especie de RCP improvisada.

        Días después, la mujer abandonaba el Hospital con tratamiento y convaleciente, pero viva. Volvieron a visitarnos al Centro y nos contaron su experiencia. Una anécdota curiosa que  esta vez terminó bien.

jueves, 8 de marzo de 2012

Triste desenlace

                Trabajé en un Centro Rural en Andalucía. Cubríamos varios pueblos y aldeas. Teníamos un coche para hacer avisos. Hacíamos guardias de fin de semana de 48 horas y componíamos el equipo; un médico, un conductor de ambulancia localizado y una enfermera.
               Eran las 7 de la tarde aproximadamente cuando nos llamaron por teléfono. Un paciente psiquiátrico llevaba varios días sin tratamiento y con ideas suicidas. Estaba muy alterado y agresivo y había tratado de matarse tirándose a un pozo. En ese momento teníamos varios pacientes en la sala de espera del Centro de Salud, de modo que mi compañero médico, decidió que no convenía que acudiésemos juntos al aviso. Yo iría sola y él se quedaría a resolver los problemas de salud de la gente que esperaba. Me dio instrucciones y partí.
               Tardé poco en llegar al domicilio. A la puerta de la casa estaban la mitad de los habitantes del pueblo esperándome. Había corrido la voz. Me indicaron el lugar y me acompañaron. Entré. El espectáculo era dantesco. Una estantería tirada en el suelo, cacharros rotos, libros esparcidos, muebles descolocados, el televisor hecho añicos. Una lámpara destrozada por el suelo. Signos de violencia. Sentí palpitaciones y cómo el miedo  se metía en mi cuerpo. No podía irme,  medio pueblo me acompañaba. Respiré profundo y entré hasta dentro. Armada con mi maletín simulé un control y una seguridad que estaba lejos de sentir.
               Al fondo tenían el patio interior. Cuadras, conejeras, cochiquera y gallinero. En el centro casi del patio, un pozo más bien estrecho.
                     .- ¿Dónde está el paciente?
                     .- Le tenemos encerrado en la porquera!!!
               Observo que las puertas están trancadas con una barra de hierro. No puede salir, golpea desesperado la puerta con gran energía. Grita, insulta y amenaza. No le he visto y ya imagino la fuerza que tiene. Me cuentan que pesa unos 100 kilos (necesito saber su peso para calcular la dosis de sedante que he de ponerle). Efectivamente, ese es el pozo al que ha intentado tirarse, pero no lo ha logrado porque no cabía;
                    .- ¡Es porque está muy gordo!  me cuenta su hermano.
               Llamo por teléfono a mi compañero al Centro de Salud. Le cuento la situación. Historia clínica del paciente, tratamiento, peso etc. Me da instrucciones. He de administrar un calmante fuerte para poder trasladar al paciente. Juntos calculamos la dosis.
              Cinco hombres, los más fuertes y el conductor de la ambulancia que acaba de llegar están ya listos. Abren la puerta de la porquera y el paciente se nos echa encima sin control, agresivo, rabioso, los ojos inyectados en sangre. Solo quiere huir, pero se defiende cuando intentamos controlarle. Agita los brazos, intenta mordernos, patalea, trata de escapar. Presenta un delirio florido, está en plena crisis. Todos sudan con el esfuerzo. Son momentos de gran tensión, pero al final conseguimos contenerle. Administro el inyectable vía intramuscular a través de la ropa dado que es imposible bajarle el pantalón siquiera unos centímetros. Esperamos a que el fármaco haga su efecto. Tras un tiempo que se nos antoja eterno advierto cómo las fuerzas comienzan a fallarle. Se va tranquilizando, notamos cómo se relaja. Compruebo que esté estable, que su vida no corra peligro, que esté seguro y confortable. Le montamos en la ambulancia y le enviamos al hospital. Atiendo a su madre y a su hermana. Están al borde del histerismo, casi casi como me encuentro yo. Regreso al Centro de Salud Rural exhausta, aterrorizada, impresionada, me cuesta calmarme.
               Unos meses después dieron de alta al paciente que volvió a casa. Los primeros días de su ingreso en un Centro Psiquiátrico, nos cuentan,  estuvo deprimido y se negó a comer. Adelgazó 15 kilos. Luego pareció resignarse y centrarse. Estaba más animado, por fin tomaba la medicación. No verbalizaba ideas suicidas. No parecía haber peligro y le dieron el alta. Regresó a casa y en un descuido volvió a intentar colarse en el pozo. Había adelgazado, ya cabía por el agujero así que consiguió su propósito y murió.
               Aún no soy capaz de sacar conclusiones. ¿Qué pasó? Y ¿Por qué cuando lo recuerdo me afecta?

domingo, 19 de febrero de 2012

Vaya nochecita en Urología

      Esta experiencia no es mía, nunca estuve en esta planta. Pero todas las experiencias merecen ser contadas y más cuando no son aisladas. Conocerlas nos enriquecen. Gracias a mi compañera y muy amiga Miriam Gallego por dejarme contarla.


       Es la planta de Urología y Siria está de enfermera de noche. hoy ha habido quirófano y al menos tres pacientes tienen lavados vesicales contínuos. Cada diez minutos más o menos, deberá hacer un cambio de bolsa para cada uno. Si se le pasa, sin no lo hace, hay un alto riesgo de obstrucción, sangrado y otras complicaciones.
             
       En la misma planta está el módulo de custodia. Hoy están ingresados dos presos, mala suerte. Llevan años pidiendo una segunda enfermera por las noches, en teoría está concedida. Defensa tiene presupuestada una para cuando los reclusos son ingresados en el hospital, pero ya se sabe, el que está en el despacho no conoce la trinchera.
                Empieza un no parar de paseos, medicación, cambio de bolsas. Sira no quiere pensarlo. Está sola. Lo sabe la Dirección y no han puesto a nadie. Tiene que asumirlo y hacerlo de la mejor manera. Se centra en la tarea. En cada paso. En avanzar, no agobiarse ni bloquearse mientras cruza los dedos para que no haya incidencias. La noche se presenta larga y cansada.
                A las 3 de la mañana un aviso del módulo de custodia. Uno de los presos se queja de dolor en el pecho. Siria acude diligente. Está preocupada y lo comenta con su compañera Ana. Debe avisar al médico de guardia, y aprovechar el tiempo adelantándose a lo que se necesitará: pruebas como Electrocardiograma, glucemia, tomas de constantes etc . Para ello debe desatender el resto de la planta, que quedará bajo el cuidado de Ana, que es Auxiliar de Enfermería, TCAE. Por lo tanto, Siria primero llama a la Supervisora de guardia porque dentro del módulo de custodia no oirá los timbres de la planta de Urología. 
       Lleva el carro de electros y el resto de aparataje al módulo de custodia mientras Ana, su compañera auxiliar,  avisa al internista de guardia. Entre tanto, los pacientes de la sala demandan atención, los familiares salen al pasillo a ver qué ocurre. Da la sensación de que son las 12 del mediodía por la luz y el jaleo.
      Llega el internista, da las instrucciones pertinentes, EKG, Glucemia, TA, Frecuencia, Temperatura, que ya están hechos y los datos registrados. Analítica, vía venosa, medicación, … Todo esto a carreras y sin parar. 
     Siria cree que el tiempo no pasa, porque se centra en lo que hace y no piensa nada más, pero ya se acercan las 6 de la mañana. Quedan de hacer las analíticas del resto de pacientes, poner termómetros, medir diuresis, drenajes, hacer balances. Administrar tratamientos…. Registrar!

      Por fin, parece que el preso está bien, tan solo una crisis de ansiedad. Los resultados de las pruebas son normales. El internista comenta .-“Será por la falta de tabaco”, pero observadle por si acaso.
               
        Llegan las 7:30 de la mañana y casi, casi todo, está hecho. Queda registrar, hacer memoria, que no se olvide nada. Ni un café, ni media hora sentada. En el último momento se obstruye una sonda y hay que hacer lavados manuales. No sabe ya si las piernas son suyas y las manos resbalan, pero tras un litro de suero entrando y saliendo por la sonda el paciente dice .- “Ay, me diste la vida”
            
     Llega la compañera, y a las 8:15, mientras acaba de registrar, va contando los pormenores y eso le sirve para no olvidarse de nada. Hay Direcciones que están contra el cambio de turno verbal, dicen que sólo sirve para el chismorreo ¡Ay quién tuviera tiempo!.

      Por fin termina, está cansada, sentarse y estirar las piernas será como tocar el cielo.
           
      Pero merece la pena, una frase agradable tras una noche perra.  Una batalla de 22 a 8 de la mañana. Prueba superada!”

jueves, 2 de febrero de 2012

Accidente in itinere

      Océano es enfermera quirúrgica. Lo es desde que empezó a trabajar. Tiene dos hijos pequeños y un marido al que adora, aunque apenas le ve porque su trabajo le mantiene apartado de casa demasiado tiempo. Vive bastante cerca del hospital. No le merece la pena coger el autobús, va andando porque así hace un poco de ejercicio y siempre hay alguien con quien coincide en el trayecto.

      Hoy, emprende el camino de vuelta con dos compañeras. Van muy enfrascadas en una amena conversación sobre recetas. Caminan relajadamente por la acera. Entre ellas y la carretera hay un espacio de aparcamiento en línea que por las mañanas está lleno pero que a estas horas va quedándose vacío.

   
          En unos segundos, apenas se dieron cuenta de lo que ocurría, un turismo invadió la zona de aparcamiento. No iba muy rápido, quizá por eso no se alarmaron. Se subió a la acera y arrolló a Océano. Se la llevó enganchada en el capó unos metros. Luego salió despedida otros tantos y quedó tendida en la acera inconsciente. Sus compañeras asistieron impotentes y atónitas al suceso.


Estaban a muy poca distancia del hospital. Apenas 50 metros. Rápidamente, alguien dio la alarma. El conductor se acercó consternado, las compañeras abatidas y nerviosas. Llegó la ambulancia. Océano recuperó el conocimiento. Fue trasladada de nuevo al hospital, de donde había salido de trabajar por su propio pie hacía escasos minutos. Fractura de meseta tibial. Una intervención quirúrgica. Un messin poder doblar la rodilla. Tres meses sin apoyar la pierna y un tiempo añadido de aprender a caminar y recuperar la masa muscular que perderá. Sumemos dolor, malestar, invalidez... Más todas las actividades que Océano realizaba, que han quedado pospuestas. Hijos, casa, todo debe ser reorganizado. Recurrir a familiares, amigos, quizá pagar por alguna ayuda doméstica que va a necesitar.

      Fui a visitar a Océano porque es y ha sido mi compañera mucho tiempo y le tengo mucho aprecio. Cuando le preguntas ella solo repite un detalle que no puede olvidar. ¿Sabes Sonia? El conductor del turismo que me arrolló vino a verme y me dijo que la culpa de todo la tuvo un camión que en ese momento venía de frente y le asustó y que no debo quejarme porque he tenido suerte  y lo que me pasa no es nada. Ni "lo siento", ni "perdona", ni "no fue mi intención".

      Tanto nos cuesta decir una palabra amable, una de aliento, un "lo siento", un "perdón". ¿Dónde fueron a parar esas palabras? ¿Ya no están en nuestro vocabulario? Qué poco conscientes somos del efecto que puede producir decirlas... o no.

   

viernes, 20 de enero de 2012

Incendio en el Hospital

      La tarde transcurrió tranquila. Sin incidencias extraordinarias. Mucho trabajo, pero todo normal. Fue pasadas las 9 de la noche cuando comenzó el movimiento.

      Una paciente entró al control corriendo. Estaba alarmada y gritaba.- ¡Nos quemamos!, ¡Nos quemamos!, ¡Se quema todo!
      Éramos dos enfermeros y terminábamos de registrar en las Historias clínicas y de preparar el parte que daríamos a la enfermera de noche.- ¿Qué pasa? ¿Qué dices? ¿Dónde?
      .- Arriba, arriba! ¡Se quema todo!

      En el piso superior estaban los dormitorios. Subimos la escalera y empezamos a notar el humo cada vez más denso y negro. No sabíamos dónde estaba el origen.
      Sin embargo, en seguida nos pusimos de acuerdo. Ya habíamos simulado aquello otras veces, aunque esto, tan real, era bien distinto. Dimos la alarma para que desde centralita avisaran a los bomberos. Cortamos la luz y el ascensor tras comprobar que no había nadie dentro. Hicimos recuento de pacientes y les instamos para que salieran todos al patio con orden. Comprobamos quién quedaba dentro y no podía salir. Por las ventanas del patio les indicábamos que cerraran la puerta del dormitorio y pusieran toallas húmedas en las rendijas para que no les entrara el humo y que se mantuvieran cerca de las ventanas.

      Enseguida llegaron los bomberos. Los que estaban en el patio les recibieron con aplausos. Les explicamos la situación. Cuántos pacientes había en el edificio y dónde. Tuvimos entonces la primera sorpresa desagradable. El edificio era muy antiguo y tenía barrotes en las ventanas a fin de proteger a los pacientes de caídas, pero estas estaban encastradas en la fachada. Se tardaría mucho en retirarlas.

      Habilitamos el gimnasio para reunir a todos y hacer recuento nuevamente. Parte del personal se hizo cargo, tranquilizando a los más nerviosos. Otros dos compañeros se ocuparon de entretener y acompañar a los que estaban encerrados. Era un primer piso y desde el patio les veíamos y nos oían bien. Una de las pacientes utilizaba silla de ruedas, era la más nerviosa. Lógico, se veía incapaz de huir y en riesgo mortal.
      Mientras, los bomberos trataban de apagar el fuego accediendo por las escaleras.

      Al final, tres pacientes con intoxicación por CO2 que tuvieron que ser hospitalizados. A la semana regresaron con nosotros. Tan sólo una paciente con quemaduras de primer y segundo grado en manos y cara. Ella fue la que originó el fuego al "despistar" un mechero y fumar un cigarro en la cama, lo que provocó que se quemara su cuarto. Se produjo las quemaduras al intentar sofocar el fuego.



      Hechos como este son poco frecuentes. Pero no por ello debemos estar menos preparados. Mantener la calma, saber qué hacer, un plan de emergencias y edificios seguros son la base para que todo quede en un susto. En nuestro caso se retiraron los barrotes encastrados y se pusieron verjas articuladas cerradas con candados. También se construyeron escaleras y salidas de emergencia.
      A veces tiene que pasar algo para que las cosas mejoren.


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