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domingo, 19 de febrero de 2012

Vaya nochecita en Urología

      Esta experiencia no es mía, nunca estuve en esta planta. Pero todas las experiencias merecen ser contadas y más cuando no son aisladas. Conocerlas nos enriquecen. Gracias a mi compañera y muy amiga Miriam Gallego por dejarme contarla.


       Es la planta de Urología y Siria está de enfermera de noche. hoy ha habido quirófano y al menos tres pacientes tienen lavados vesicales contínuos. Cada diez minutos más o menos, deberá hacer un cambio de bolsa para cada uno. Si se le pasa, sin no lo hace, hay un alto riesgo de obstrucción, sangrado y otras complicaciones.
             
       En la misma planta está el módulo de custodia. Hoy están ingresados dos presos, mala suerte. Llevan años pidiendo una segunda enfermera por las noches, en teoría está concedida. Defensa tiene presupuestada una para cuando los reclusos son ingresados en el hospital, pero ya se sabe, el que está en el despacho no conoce la trinchera.
                Empieza un no parar de paseos, medicación, cambio de bolsas. Sira no quiere pensarlo. Está sola. Lo sabe la Dirección y no han puesto a nadie. Tiene que asumirlo y hacerlo de la mejor manera. Se centra en la tarea. En cada paso. En avanzar, no agobiarse ni bloquearse mientras cruza los dedos para que no haya incidencias. La noche se presenta larga y cansada.
                A las 3 de la mañana un aviso del módulo de custodia. Uno de los presos se queja de dolor en el pecho. Siria acude diligente. Está preocupada y lo comenta con su compañera Ana. Debe avisar al médico de guardia, y aprovechar el tiempo adelantándose a lo que se necesitará: pruebas como Electrocardiograma, glucemia, tomas de constantes etc . Para ello debe desatender el resto de la planta, que quedará bajo el cuidado de Ana, que es Auxiliar de Enfermería, TCAE. Por lo tanto, Siria primero llama a la Supervisora de guardia porque dentro del módulo de custodia no oirá los timbres de la planta de Urología. 
       Lleva el carro de electros y el resto de aparataje al módulo de custodia mientras Ana, su compañera auxiliar,  avisa al internista de guardia. Entre tanto, los pacientes de la sala demandan atención, los familiares salen al pasillo a ver qué ocurre. Da la sensación de que son las 12 del mediodía por la luz y el jaleo.
      Llega el internista, da las instrucciones pertinentes, EKG, Glucemia, TA, Frecuencia, Temperatura, que ya están hechos y los datos registrados. Analítica, vía venosa, medicación, … Todo esto a carreras y sin parar. 
     Siria cree que el tiempo no pasa, porque se centra en lo que hace y no piensa nada más, pero ya se acercan las 6 de la mañana. Quedan de hacer las analíticas del resto de pacientes, poner termómetros, medir diuresis, drenajes, hacer balances. Administrar tratamientos…. Registrar!

      Por fin, parece que el preso está bien, tan solo una crisis de ansiedad. Los resultados de las pruebas son normales. El internista comenta .-“Será por la falta de tabaco”, pero observadle por si acaso.
               
        Llegan las 7:30 de la mañana y casi, casi todo, está hecho. Queda registrar, hacer memoria, que no se olvide nada. Ni un café, ni media hora sentada. En el último momento se obstruye una sonda y hay que hacer lavados manuales. No sabe ya si las piernas son suyas y las manos resbalan, pero tras un litro de suero entrando y saliendo por la sonda el paciente dice .- “Ay, me diste la vida”
            
     Llega la compañera, y a las 8:15, mientras acaba de registrar, va contando los pormenores y eso le sirve para no olvidarse de nada. Hay Direcciones que están contra el cambio de turno verbal, dicen que sólo sirve para el chismorreo ¡Ay quién tuviera tiempo!.

      Por fin termina, está cansada, sentarse y estirar las piernas será como tocar el cielo.
           
      Pero merece la pena, una frase agradable tras una noche perra.  Una batalla de 22 a 8 de la mañana. Prueba superada!”

jueves, 2 de febrero de 2012

Accidente in itinere

      Océano es enfermera quirúrgica. Lo es desde que empezó a trabajar. Tiene dos hijos pequeños y un marido al que adora, aunque apenas le ve porque su trabajo le mantiene apartado de casa demasiado tiempo. Vive bastante cerca del hospital. No le merece la pena coger el autobús, va andando porque así hace un poco de ejercicio y siempre hay alguien con quien coincide en el trayecto.

      Hoy, emprende el camino de vuelta con dos compañeras. Van muy enfrascadas en una amena conversación sobre recetas. Caminan relajadamente por la acera. Entre ellas y la carretera hay un espacio de aparcamiento en línea que por las mañanas está lleno pero que a estas horas va quedándose vacío.

   
          En unos segundos, apenas se dieron cuenta de lo que ocurría, un turismo invadió la zona de aparcamiento. No iba muy rápido, quizá por eso no se alarmaron. Se subió a la acera y arrolló a Océano. Se la llevó enganchada en el capó unos metros. Luego salió despedida otros tantos y quedó tendida en la acera inconsciente. Sus compañeras asistieron impotentes y atónitas al suceso.


Estaban a muy poca distancia del hospital. Apenas 50 metros. Rápidamente, alguien dio la alarma. El conductor se acercó consternado, las compañeras abatidas y nerviosas. Llegó la ambulancia. Océano recuperó el conocimiento. Fue trasladada de nuevo al hospital, de donde había salido de trabajar por su propio pie hacía escasos minutos. Fractura de meseta tibial. Una intervención quirúrgica. Un messin poder doblar la rodilla. Tres meses sin apoyar la pierna y un tiempo añadido de aprender a caminar y recuperar la masa muscular que perderá. Sumemos dolor, malestar, invalidez... Más todas las actividades que Océano realizaba, que han quedado pospuestas. Hijos, casa, todo debe ser reorganizado. Recurrir a familiares, amigos, quizá pagar por alguna ayuda doméstica que va a necesitar.

      Fui a visitar a Océano porque es y ha sido mi compañera mucho tiempo y le tengo mucho aprecio. Cuando le preguntas ella solo repite un detalle que no puede olvidar. ¿Sabes Sonia? El conductor del turismo que me arrolló vino a verme y me dijo que la culpa de todo la tuvo un camión que en ese momento venía de frente y le asustó y que no debo quejarme porque he tenido suerte  y lo que me pasa no es nada. Ni "lo siento", ni "perdona", ni "no fue mi intención".

      Tanto nos cuesta decir una palabra amable, una de aliento, un "lo siento", un "perdón". ¿Dónde fueron a parar esas palabras? ¿Ya no están en nuestro vocabulario? Qué poco conscientes somos del efecto que puede producir decirlas... o no.

   

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