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viernes, 31 de enero de 2014

Salud laboral ¿tiene prioridad?

Hace ya unos meses, casi un año, que María se encuentra mal. Le duele todo el cuerpo y es incapaz de sacudirse el cansancio. Ha acudido a todos los especialistas. Traumatólogo, Reumatólogo,... El diagnóstico es claro. Fibromialgia.


Trabaja en Cirugía. 32 camas. Pacientes inestables, con gran demanda, poca movilidad y rigurosos tratamientos intravenosos. Un volumen de trabajo considerable, intenso. Mucha carrera de pasillo arriba y abajo. 
Con la que está cayendo, la tarea es cada día más dura. No sustituyen personal y es muy frecuente que te veas sola con un montón de pacientes. 

Al finalizar la jornada, cuando llega a casa, María solo puede acostarse, tomar calmantes y rezar por reponerse lo suficiente para enfrentar la nueva jornada. 
No puede perder el trabajo porque es interina y en la empresa de su marido están despidiendo empleados. Es cuestión de tiempo que la familia solo cuente con el sueldo de María. 
Cada día es más duro. Por un lado, no quiere cargar a sus compañeras. Bastante que asumen donde María no llega. Pero tener que reconocer sus limitaciones, es muy doloroso. Sabe que a veces debe delegar o pedir favores. Está claro que no puede con todo y el paciente y su seguridad es lo primero. Por otro lado, es consciente de que, cuando no tiene más remedio que coger una baja, el servicio queda unos días sin cobertura. Por ahorro, los primeros días no se sustituye y siguen siendo sus compañeras las que asumen responsabilidades, trabajo, estrés y turnos sin cubrir. Precisamente porque María valora y aprecia el sobre esfuerzo de sus compañeras, es por lo que se le hace más difícil asumir su situación. Teme que con el tiempo, su relación con los compañeros se resienta. Y depende tanto de ellos... Se ha planteado incluso pedir una reducción de jornada, aunque económicamente eso le suponga un verdadero problema dada su situación personal. 
 
Foto obtenida de http://openphoto.net/ Autor: Michele Valentinuz 

Conscientes de esta situación, los profesionales que le han tratado, le han hecho un informe claro y contundente. Con el documento, María se ha presentado en Salud Laboral. Allí le han emitido un reporte que no deja lugar a dudas. María debe ser cambiada de servicio de inmediato. La empresa debe buscarle un puesto acorde con su situación de salud. Lo dice la ley y el Plan de Prevención de Riesgos Laborales.

Han transcurrido casi dos meses y María sigue en el mismo servicio. En ese tiempo ha estado de baja por un brote, ya que no puede con el ritmo y la carga.

Ahora se presenta para la Dirección, una oportunidad. En la unidad de pediatría va a haber una vacante. Deciden colocar a María en ese puesto, más acorde con su situación y con el dossier de salud laboral.
Sin embargo, en el servicio de pediatría, hay mucha gente fija que quiere optar al puesto que queda libre. No ven con buenos ojos que la Dirección decida que ese turno sea para Salud Laboral. Tantos años de antigüedad en el servicio y ahora que tienen una oportunidad de pasar a un puesto cómodo, alguien con un informe médico les va a pisar sus derechos.

La polémica está servida.

Los recursos humanos los distribuye la dirección.
Existe en el hospital la “movilidad interna y voluntaria”. A través de este procedimiento, se ofertan y adjudican plazas, con turno y destino específico a quien, en condiciones de igualdad, mérito y capacidad, la solicita, por lo que hay puestos con nombre y apellidos. En dicho reglamento consta, que cuando quede vacante un turno en determinado servicio, se ofertará en régimen de “concursillo interno” al personal fijo de la unidad.
 
Pero…
¿qué sucede si el puesto vacante reúne las condiciones para un puesto de salud laboral y hay una solicitud pendiente en la mesa? 
¿Quién tiene preferencia? 
¿Qué es lo más justo?

miércoles, 15 de enero de 2014

Trabajar en un módulo de custodia

Cuando trabajas como enfermera en una planta de un hospital cualquiera, los pacientes que tratas son personas con vidas “normales”. Me refiero a que sus vidas, cada una distinta de las demás, son vidas de gente corriente. Puede que estén casados, solteros, que sean ancianos, separados, jóvenes más o menos alocados…agricultores, empresarios, veterinarias, maestras... miles de características que se te puedan ocurrir. A veces profundizas y encuentras situaciones excepcionales, pero nada que se parezca a lo que os quiero contar. Cuentas con que son personas íntegras, honestas, buenas personas. No sabes si en su vida han hecho algo mal. No hay información sobre los delitos que puedan haber cometido.

            Yo trabajo en un módulo de custodia y cuando se  trata de un módulo de presos, sabes exactamente que ese paciente vive en la “cárcel”, esa es su casa. De allí viene y allí regresará cuando le den el alta. Y que está allí porque su conducta no ha sido adecuada, un juez, en alguna parte, juzgó que debía cumplir una condena por cometer un delito. Si está preso, es por algo.

            Entonces, el entorno de trabajo como enfermera cambia. No tienen camas eléctricas, usan cubiertos desechables, no hay palos de suero...y entras escoltada por la policía nacional. Eso sí, ellos armados y tu sin tijeras, ni bolígrafo ni termómetro ni artilugios que pudieran ser convertidos en armas. Debes cuidar lo que dices y haces. Apenas hay intimidad. Es difícil crear un clima de confianza.

             En medicina interna, por ejemplo, tienes que canalizar una vía venosa y sabes que el paciente tiene 60 años, un cólico nefrítico, que quien le acompañan son su familia,  su mujer y su hijo, y entablas una conversación “normal” y relajada , todo es como lo conocemos habitualmente, en tono amistoso, amable. Todas las aclaraciones que tanto enfermera, enfermo y familia necesitemos, las resolvemos sin mayor problema en ese clima de confianza e intimidad.

            Sin embargo, si  tienes que canalizar una vía a un paciente del módulo de presos, una alarma se activa en tu cabeza y te hace actuar de manera distinta. Tienes a dos personas a tu lado ajenas al hospital, al paciente y a tu trabajo. Sabes que son policías y se comportan como tales. Tienes un paciente, casi siempre con enfermedades contagiosas, VIH (sida), VHC (hepatitis)…
             Debes tener cuidado con el material que llevas contigo y comprobar luego lo que te dejas.
           Allí no hay familiares a quien preguntar ni con quien entablar conversaciones distendidas. El enfermo, la mayor parte de las veces, ni conoce tu idioma. Y como ahora estamos en la era de la información, cuando ingresa, te informan de inmediato de su patología y tratamiento y además....para entonces ya es del conocimiento de todos los profesionales de la planta, que se trata de un psicópata, presunto asesino, ladrón, traficante, miembro de ETA....
            ¿Qué diferente verdad? Es una situación francamente difícil. Esa sensación de miedo y de impotencia. De querer relajarte y parecer relajada y no poder. De querer hacer tu trabajo como siempre y no ser capaz, porque, queramos o no, somos seres humanos, personas con sentimientos y tratamos de ejercer la profesión de la mejor forma posible, con excelencia, por encima de todos estos detalles.
            ¡Qué distinto es cuando somos enfermeras en pediatría!. Todo dulzura y ánimo con los padres de un niño enfermo., pero... ¿Con un paciente de un módulo de custodia? buf… está enfermo pero… “no es lo mismo…ni es igual” como canta Alejandro Sanz… Es distinto...Tratar de separar tu mente de tu corazón es muy difícil, pero “las enfermeras” lo hacemos cada día. Nos dejamos la piel y el corazón.
            Somos enfermeras en casa porque tu hijo se cae y tiene una herida y necesita que se la trates. Enfermera porque un anciano se mareó y tropezó en la calle. Enfermera porque tratas de educar a tu familia en hábitos saludables. Enfermera porque atiendes a un paciente en sus peores o en sus mejores momentos, no importa si es un preso o un anciano de 90 años, o una mujer que acaba de ser madre.
            Y cuando llegas a casa cansada y te has dejado la piel, sabes que hiciste bien las cosas, que vales, y has aprendido que: tratándose de “amor y respeto” cuanto más das, más recibes.
            Cuando somos enfermeras, al llegar a trabajar, debemos dejar en la taquilla todos los problemas personales, el mal día que llevemos o las discusiones que hayamos tenido. El problema que tiene el paciente, su salud, será más grave e importante que el nuestro. Aunque no lo sea. Sé lo que se siente cuando llegas a trabajar con la cabeza en tus propios problemas. Un padre enfermo y mayor, mi bebé con fiebre al cuidado de una niñera, las facturas imprevistas que me han roto la economía doméstica…
             Los pacientes exigen y piensan “mira la enfermera ¡qué seria está!, ¡nos ha tocado la cardo seguro!”.
             Cuando trabajas con personas y no con papeles, ni muebles, cuando trabajas con sentimientos y emociones a flor de piel, cuando tienes en tus manos vidas, bienestar...debes tener los cinco sentidos en tu trabajo.
      En administrar medicación correcta, hora correcta, dosis correcta, vía correcta, paciente correcto...registrar, revisar, supervisar, vigilar…aplicar los cuidados correctos, de forma correcta, no olvidar nada, adelantarte a los acontecimientos, prevenir, educar y un largo etcétera.
            Cuando tienes que atender personas, no son papeles, ni peinar y cortar, elegir una joya…
Adoro mi profesión, me encanta mi trabajo. Intento cada día ver el lado positivo, trabajo en  lo que me gusta y me he preparado para hacerlo bien: CUIDAR es lo mio.
Y porque cuidar es una palabra inmensa, que ocupa mucho, muchísimo. Tiempo y dedicación exclusiva. “La paciencia es la mayor virtud, la más grande cualidad de una enfermera”.





Esta entrada está escrita por Miriam, enfermera de trinchera con más de 8 años de experiencia como enfermera en la planta de Urología y módulo de custodia.
Si quieres leer más de Miriam, quizá te interese:
VAYA NOCHECITA EN UROLOGÍA

miércoles, 1 de enero de 2014

Vuelve a casa después del cotillón

   



       Raúl tiene 17 años recién cumplidos. Es alto, guapo y se considera un chico con éxito. Tiene muchos amigos y "tirón" con las chicas.  Se lleva bien con sus padres. Es tolerante, reflexivo y bastante obediente dada su edad. No es un chico problemático. Más bien es un chico normal.
      Es el primer fin de año que le dejan salir de fiesta. Entre todos los "colegas" han decidido pagar un cotillón en un bar. Sale más caro, pero al menos se aseguran un lugar estable y calentito toda la noche.
      Después de tomar las uvas en familia, se arregla nervioso. Es una noche muy muy especial. Su primera salida en noche vieja. Tiene que ser inolvidable. Hace días que adquirió un traje que le sienta genial. Acapara el baño. Cuida en su persona, hasta el más mínimo detalle. Antes de salir de casa, soporta paciente todas las advertencias, consejos, indicaciones... aunque apenas las escucha, a todo dice que sí. ¡Qué pesaditos se ponen los padres!
      La noche transcurre divertida, inolvidable. Buena música, sin límite de alcohol, risas, bromas,todos los amigos juntos, se lo está pasando genial.
      De madrugada, cuando cierran el local, deciden desayunar un chocolate con churros. La cafetería queda al otro lado de la vía y cruzar por la pasarela se les hace muy largo con el frío que hace. Cruzan saltando un pequeño muro. Uno de los del grupo vive al otro lado y sabe que la alambrada está cortada por ahí y se puede atajar.
      A lo lejos se oye el tren. Al más osado se le ocurre un reto:
      .- No hay huevos a quedarse en la vía hasta el último momento.- El último que se aparte gana. El primero es una nenaza y paga el desayuno.
      Unos cuantos se apuntan. Entre ellos Raúl. El alcohol le hace valiente. Está feliz y se siente capaz de todo. Escucha el tren cada vez más cerca. Es emocionante. Dará que hablar. Él no va a ser el primero que se retire. Aguantará hasta el último segundo.....
      Lo siguiente que recuerda es despertar en una sala silenciosa. Tan solo escucha el llanto apagado de su madre a su lado. Se siente somnoliento y atontado. No tiene dolor ni molestias, pero está en una cama. Nota el estómago revuelto.
      .- ¿Qué ha pasado?
      Una enfermera se acerca solícita. Su madre le mira asustada, pero no es capaz de articular palabra. Tiene su mano firmemente agarrada y le besa entre lágrimas.
      .-Tranquilo Raúl.- susurra la enfermera.- Estás en el hospital. ¿No recuerdas nada?
      Cuando llegó el tren, todos se apartaron entre empujones. Estaban tan juntos... Raúl se cayó al intentar apartarse y no consiguió salir completamente de la vía. Su pie izquierdo quedó atrapado y sufrió amputación traumática. Fue imposible el reimplante.
      17 años. Está vivo. Nunca olvidará esa noche.

   Como enfermera, he visto y veo casos con argumentos dignos de la película más taquillera. Pero no se trata de un argumento fantástico. A veces la realidad supera con creces a la ficción.
   El caso es que es mi trabajo y lo enfrento como mejor sé. Pero también somos madres o padres y tenemos hijos. Cada vez que empezamos un turno de trabajo, nuestros problemas se quedan fuera. Cada vez que damos por finalizada la jornada laboral, nuestros pacientes se quedan dentro. Aquel día llegué a casa y vi a mis hijos. Hoy doy gracias muchas veces. Cada nuevo año, cuando regresan sanos y salvos.
      

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